lunes, 3 de agosto de 2009

Myvatn - Akureyri - Reykjavik. 3 Agosto 2009

Otra mañana gris y lluviosa.
Sentimos que esto se está acabando y nos pesa un poco en el ánimo. Nuestro objetivo hoy es un poco más realista que otros días: llegar a tiempo a Akureyri para tomar el avión a Reykjavik. Eso no impide que tengamos planes para el camino.

Volvemos a hacer las maletas por penúltima vez y salimos bordeando el lago Myvatn por el sur y nos paramos en su borde para echar un ojo a los pseudocráteres de Skutustadir. Es un lugar muy curioso en el que se acumulan una infinidad de pequeños cráteres unos junto a los otros en el mismo borde del agua. Algunos incluso están dentro del lago formando pequeñas penínsulas o islas.
Los tamaños varían de los cinco o seis metros de diámetro y dos o tres metros de alto hasta los cincuenta o sesenta de diámetro por quince o veinte metros de alto. Un sendero balizado permite pasear entre los cráteres mientras empieza a lloviznar una vez más. La lluvia no es demasiado molesta porque apenas son cuatro gotas. Según explica el libro que nos sirve de guía, estos cráteres se formaron por explosiones que se produjeron por el contacto directo de la lava con el agua. O sea, que no son cráteres por los que la lava salió de la corteza terrestres sino los agujeros que quedaron después de esas explosiones.

Unos minutos más tarde estamos de nuevo en el coche rumbo a Akureyri y dejando ya definitivamente el lago a nuestras espaldas.
La fina lluvia sigue cayendo mientras avanzamos por estas carreteras islandesas donde apenas nos cruzamos con algún coche.

Una hora más tarde llegamos a otra de las cascadas más conocidas del país: Godafoss, la cascada de los dioses. Tenemos suerte porque la lluvia a aflojado hasta casi parar justo en el momento en que apago el motor.
Tania y Sorana se adelantan unos pasos para ir a ver la cascada mientras yo sigo el ritual de sacar a Diana del coche y sentarla en el capó para ponerle su impermeable rosa mientras sigue a su madre y a su hermana con la mirada.

La cascada es preciosa, tiene dos partes separadas por las que el agua se precipita unos diez o quince metros. Tiene un color limpio y claro. La verdad es que tras haber visto tantas cascadas impresionantes y hermosas en este país, Godafoss no resulta tan impresionante. Es más bien coqueta y bonita. Claro que si la tuviéramos al lado de casa sería probablemente una atracción turística mayor.
Cinco minutos más tarde volvemos a subir al coche ya sin más planes que conducir hasta Akureyri.

Tras un largo rato al volante bajo una llovizna persistente la carretera empieza a subir hasta casi tocar las nubes. Luego la pendiente se suaviza hasta que poco a poco empieza a descender del otro lado. De pronto vemos frente a nosotros el fondo del valle. Es el mar. El fiordo de Akureyri aparece frente a nosotros. Del otro lado del mar vemos montañas con manchas de nieve mientras un ferry navega frente a nosotros. La carretera va descendiendo desde el collado y nos acerca a la orilla.



Luego curvamos a la izquierda y vamos bordeando el mar. La ciudad de Akureyri, la Capital del Norte como la llaman aquí, está en lado opuesto del fiordo. Desde aquí se ven muchos edificios coloridos de esos que nos gustan tanto.

Resulta fácil encontrar un sitio para aparcar. Echamos al correo las últimas postales y nos vamos a pasear por la ciudad. Los edificios de colores son especialmente bonitos en esta ciudad. Pasamos una buena media hora en una librería bastante grande llena de libros en islandés e inglés aunque también hay bastantes en francés y alemán. El ambiente dentro es bastante acogedor. Es curiosa la sensación que tenemos de vuelta a la civilización tras casi dos semanas donde nunca hemos visto más de diez coches a la vez.

Después de comer una pizza y tomar un café volvemos al coche y nos dirigimos al aeropuerto. Paramos una gasolinera para llenar el depósito y lavar el coche. Las estaciones de lavado son gratuitas en Islandia. Dejamos el coche en el aparcamiento del aeropuerto y damos las llaves a una azafata en la terminal. Es increíble, nadie le echa un vistazo al coche.
Tras unos minutos de espera despegamos rumbo a Reykjavik. Por desgracia hay nubes prácticamente durante todo el trayecto y nos impiden ver el paisaje.

El avión nos deja en el aeropuerto local de Reykjavik que está situado casi dentro de la ciudad con lo que quince minutos más tarde ya hemos llegado a nuestra guesthouse. Es una diferente de las dos en las que ya nos hemos alojado.

Son nuestras últimas horas en Islandia. Aprovechamos para dar un paseo por el centro y cenar. Nos estamos poniendo un poco tristes porque vemos el fin de este viaje.

Vemos el parlamento mientras Tania hace piruetas en la hierba del parque justo en frente. Es un edificio tan pequeño que sorprende muchísimo. En la Europa continental estamos tan acostumbrados a que la mayoría de los edificios instituciones como el parlamento, ministerios y demás sean siempre enormes y en muchos casos grandiosos por su arquitectura.
Aquí estamos frente a algo chiquitito y sobrio que te saca una sonrisa cuando lo ves. Ni siquiera hay un guardia en la puerta o algo que indique que sea el un edificio tan importante. Me gusta esta sensación de andar por casa que tiene. La casa del primer ministro es algo parecido. Grande pero para nada impresionante o grandiosa. Tampoco hay ningún guardia en la puerta. Si quieres puedes llamar y preguntar si esta la primera ministra, porque ahora es una mujer.

Comemos en un restaurante con muy buena pinta. Una vez dentro nos damos cuenta que lo llevan unos españoles. Comemos bien, paseamos un poco más y nos vamos de vuelta a dormir. Nos tenemos que levantar a las cuatro de la mañana para tomar el avión a Londres.
Nos cuesta conciliar el sueño.

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